Los primeros inmigrantes habitaron la Colonia San José, luego de desembarcar de la Calera del Espiro en el año 1857.
De origen suizo o italiano, se dedicaron a la agricultura y ganadería, haciéndose necesario el traslado hacia el puerto.
Al ir acrecentando la población cercana al mismo, el General Urquiza ordenó la fundación del poblado. Tras algunas disputas, el 12 de abril de 1863 se coloca la piedra fundamental. |
Se cuenta que cuando todo era campo raso, vivía en un rancho cerca del río un fiero leñador con su joven hija morena, de ojos y trenzas renegridas, quien ayudaba a su padre en los quehaceres del campo. Este no perdía de vista los pasos de la moza por cuanto era muy celoso y no quería que nadie le dirigiera la palabra. Una tarde que la moza se encontraba descansando en la puerta del rancho, pasó un forastero a caballo quien miró intensamente a la joven y siguió luego su camino, pocas noches después escuchó una copla que intuyó era para ella, al salir a la ventana vio a su padre con el facón en la mano buscando al intruso, pero el galope de un caballo la tranquilizó. La moza sufría con el riguroso trato que le deba el padre, más aún que le había dado a entender que debía casarse con un vecino, bastante entrado en años pero muy rico y que ella despreciaba.
Solo pensaba en liberarse y volvía entonces a su memoria el recuerdo de la dulce voz del forastero. Fue entonces cuando llegó a la gruta de Santa Inés para rezarle y rogarle a la virgencita un milagro: "Sálvame virgencita mía" y le hizo un presente valioso, una cadena de oro que le había regalado quien quería hacerle su esposa. Mientras tanto el forastero que montaba un hermoso caballo blanco, iba en busca de su prenda llevando en la grupa una bolsa de cocos y dos flores para las trenzas de su amada. Llegó hasta su ventana e hizo señas y a poco de aparecer la moza radiante de dicha, montaron en el caballo y salieron al galope por esos caminos rumbiando para algún lugar donde poder vivir su cariño.
Pero el padre que alcanzó a ver de lejos a los que huían, monta en su brioso alazán y lleno de rabia salió en busca de la pareja. Llevaba el facón en la mano y hundía las espuelas en los ijares de su noble caballo. El caballo blanco de la pareja volaba, y en esa desenfrenada carrera los cocos iban cayendo y los cascos del caballo que los perseguía los iba enterrando en la tierra. Llegó el alba y el perseguidor quedó mascullando de rabia al perder los rastros de su hija y su enamorado raptor. Cuenta la leyenda que de cada coco nació una palmera y así por los años de los años se fueron multiplicando hasta llegar el día de hoy, donde un maravilloso bosque de palmeras se presenta al mundo con su misterio de embrujo y exotismo. |